lunes, 17 de septiembre de 2012

Soy un maldito salvaje

Salgo por la noche y solo observo. Es curioso que tras millones de años de evolución, en realidad no seamos tan diferentes al resto de animalitos que se pasean, riñen, se aparean, cagan y mean para terminar siempre muriendo. Para verificar esto no resulta necesario hacer complejos estudios antropológicos, solo con mirar a nuestro alrededor y ser capaces de autocriticar nuestras propias actitudes instintivas podemos advertir que nuestros comportamientos distan poco del resto de la fauna. Solo hay que perderse en la noche por ejemplo y abrir los ojos y la mente para entender que somos animales salvajes y que nuestros instintos, por mucha vergüenza que nos den, siguen más presentes de lo que creemos. Son muchas las especies de mamíferos en las que el macho se muestra altanero, fornido e incluso chulo, y es la hembra la que, en actitud pasiva, espera primero el cortejo y luego a estar receptiva para permitir el apareamiento, mmmm curioso... esto mismo lo observo en cada bar, sala de fiesta o plaza de pueblo a la que voy por la noche; las mujeres aparecen con menos ropa que tacones e interminables escotes acompañados de originales pinturas faciales que no hacen otra cosa que intentar mejorar la genética propia, el ADN que la naturaleza les ha otorgado. Y es que este hecho no resulta baladí, es de lo más importante, recordemos que en la naturaleza salvaje sólo perviven aquellos que presentan mejor genética, de modo que el intentar mejorar nuestra genética con pinturas, escotes y tacones no es otra cosa que apoyar la idea del instinto salvaje, en este caso, de reproducción; pero esto no acaba aquí, por un lado ya tenemos a la hembra genéticamente llamativa, ahora nos faltan los machos que se peleen por ella, pero no que se peleen con el puño en alto, eso ocurre relativamente poco en la naturaleza salvaje, las peleas más bien suelen ser visuales y amenazantes en las que cada macho recurre a lo mejor de su repertorio para intimidar al oponente. Y así es, el macho humano también se esfuerza por ser genéticamente perfecto, claro que la posición del macho es contraria a la de la hembra, ya que el macho conquista y ella es conquistada, por tanto él necesita de armas diferentes para conquistar, puede ir desde el cani más absoluto que nos muestra sin reparos sus oros y músculos junto a peinados acabados en punta, es decir, agresivos, hasta el ingenioso y graciosete que gracias a sus ingenios consigue la conquista de la hembra, en cualquier caso hablamos de combates, de competición, eso sí, tal y como ocurre en el resto de la fauna, es la hembra siempre la que decide quién, qué y cuánto. Así que mientras que en el gorila son sus sonidos al golpearse el pecho, en el león su melena o en el toro su cornamenta, en el humano son sus músculos, colonias y labia, y al igual que el gorila, el león y el toro, si la intimidación visual no funciona habrá que recurrir a la intimidación física con garras y dientes que dará como resultado a una de esas peleas que nos recuerdan lo animales que somos..
Tal vez en este punto podamos encontrar sentido a algunas de las actitudes más deplorables del ser humano y que en ellas encontramos el odio a nuestros instintos. Está claro que en la naturaleza no existe el amor, existe el sexo por instinto, y por esto, para que la especie perpetúe, es necesaria la fuerza bruta y equipar así a una parte de músculo y fuerza, para que, en último término, ésta pueda ser utilizada para someter, obligar y, finalmente, reproducirse. Y aquí, en esta actitud salvaje incontrolada e instintiva al cien por cien podríamos encontrar a todos los condenados por violación y los acosadores o simplemente los pesadetes de un bar, estas personas son el ejemplo vivo de que nuestros instintos continúan igual de salvajes que en el inicio de nuestra especie y que de no saberlos controlar se convierten en el arma que en realidad son.
Esta visión puede parecer superficial, pero la realidad es que nos creemos más complejos de lo que en realidad somos, y casi todas nuestras actitudes tienen un trasfondo instintivo y, por tanto, salvaje. En este caso he hablado del instinto de reproducción, pero si hablamos del de supervivencia tal vez seamos más malditos salvajes, pero de eso ya hablaré más adelante.

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