jueves, 30 de mayo de 2013

Me han prohibido por tu egoísmo: el final de los ritos

Cada día resulta más palpable que las libertades del individuo son inversamente proporcionales al respeto. Las constantes coacciones a las libertades individuales por parte de los diferentes poderes, a veces, me hacen pensar que nos las ganamos nosotros solos. Parece contradictorio, pero en esta sociedad egoísta, codiciosa y ambiciosa resulta cada vez más difícil que se establezca el respeto general si no existen una infinidad de leyes que sujeten nuestras ansias de pisotear, masacrar y mirar por el propio beneficio; de este modo resulta difícil pensar en un sistema idílico en el que exista la plena libertad sin temor a que por esa misma libertad individuos egoístas, irrespetuosos y codiciosos obliguen al Poder a prohibir.
El caso tal vez más claro y fácil de entender en nuestro pasado próximo ha sido la prohibición del tabaco en los lugares cerrados; esta prohibición como la inmensa mayoría de ellas está provocada por la caca de la que estamos hechos, ya que prohibiciones de este tipo no serían necesarias si asumiésemos que antes de la libertad se encuentra el respeto; a mi, por ejemplo, me gusta golpear un tambor enérgicamente de vez en cuando, de esta manera, además de desahogar mi estrés, a veces consigo realizar ritmos realmente ingeniosos, de modo que golpear mi tambor me resulta de lo más relajante, así que no vería problema alguno en llevarme mi ruidoso tambor a cualquier lugar y golpearlo siempre que me entre en gana desfogar mi estrés. La realidad es que mi tambor y yo mismo duraríamos muy poco dentro de cualquier local. Así pues, estamos de acuerdo que esta actividad que a mi tanto me gusta no la podría realizar en lugares cerrados por la gran molestia que provocaría, sin embargo, si a pesar de la molestia que sé que provoca, continuase practicando la percusión en locales cerrados y como yo otros cuantos aficionados al tambor acabarían por prohibir severamente la utilización de tambores en locales cerrados, pero gracias a que los percusionistas tienen más respeto que los fumadores, tal prohibición no ha sido necesaria.
Pues bien, si pensáis en las múltiples prohibiciones que nos rodean veréis que todas radican de una falta de respeto continuada. Ahora, ya que levantar las prohibiciones va a ser francamente difícil, deberíamos mirar por intentar que no se impongan más, es decir, respetar y mantener sin mirar el propio beneficio y egoísmo; así pues, al hilo de este tema me veo obligado, como pamplonés que soy, a abordar un tema exasperante, triste y de marcados tintes de notoriedad individual.
Ya por estas fechas, la ciudad de Pamplona se va transformando y preparando para ofrecer durante 8 días una de las mejores fiestas del mundo: San Fermín. Pamplona, de apenas 200.000 habitantes ve crecer su población hasta el millón de personas, de manera que la infraestructura que la ciudad debe realizar para absorber tanta visita es minuciosa y estricta. Pero hay algo en lo que las prohibiciones todavía no han dicho la última palabra: el encierro. 
Esta tradición matutina es, sin lugar a dudas, la joya de los sanfermines; de hecho, todavía el turismo internacional que llena masivamente la ciudad durante estos 8 días, llega a Pamplona esperando ver o participar en el running of the bulls. Recordemos que San Fermín se ha convertido para Pamplona en el principal motivo de ingresos, además de ser una ventana al mundo, así que por una simple regla asociativa podemos decir que si la mayoría de los visitantes internacionales y nacionales vienen movidos por la gran repercusión que el encierro tiene en todo el mundo (recordemos que un encierro de San Fermín lo ve más gente cada mañana por televisión que el número de lectores totales que ha tenido el libro de Fiesta, Sun Also Rises, de Ernest Hemingway en toda su historia) podemos afirmar que el encierro, es pues, el mayor reclamo turístico y económico de la ciudad de Pamplona, por tanto, esta importancia superlativa que tiene un espectáculo de apenas 2 minutos diarios durante 8 días, nos hace pensar que las autoridades y población pamplonesa no dudarán en blindarlo cada vez más si ven que la falta de respeto de los participantes puede echar al traste con la gallina de los huevos de oro. Por otro lado entramos en el tema más controvertido del encierro como tal, ya que no hablamos de un espectáculo exento ni carente de contenido, sino que el encierro de Pamplona es recibido por los pamploneses como una parte importante de su tradición, cultura y mística, de manera que cualquier deformación del rito por parte de participantes irrespetuosos genera controversias y cólera de los sentimentalistas protectores del rito.
Una de las tradiciones anexas a San Fermín y a su mítico encierro es la vestimenta blanca que se fue imponiendo de manera gradual en la población desde los años 20 y que los habitantes de Pamplona asumieron como la vestimenta ideal para la fiesta, una ropa que igualaba a todo el mundo; durante 8 días al año no existían las clases ni las diferencias sociales, solo existía la fiesta, la libertad.
Pues bien, es aquí donde reside ahora mismo el mayor problema de la joya de Pamplona y de sus sanfermines; resulta que, contra todo pronóstico, el encierro es el acto en el que menos se sigue la tradición de la vestimenta roja y blanca, pero no vayan a creer que este despiste de vestimenta se debe al crisol de visitantes extranjeros que, desconocedores de la tradición, aparecen con extravagantes bermudas florales, camisetas ceñidas y sandalias con calcetín, sino que los derroteros de la ausencia del blanco y rojo en el encierro se debe, en primer lugar, a la extrema falta de respeto de muchos de los participantes de origen nacional que solo quieren alimentar su egoísmo sin ser conscientes que su actividad irrespetuosa puede llevar al traste una actividad que nos hace suponer que les gusta.
Resulta llamativo que el guiri que acude a Pamplona por San Fermín, nada más pisar territorio navarro se hace con un económico kit de vestimenta sanferminera de una manera casi ritual, mientras tanto los visitantes peninsulares, e incluso algunos navarros sabedores de las tradiciones pamplonicas prefieren saltarse la tradición del blanco y rojo durante 2 minutos cada mañana.
Este comportamiento me ha llevado a hacer una pregunta ¿por qué esta actitud tan irrespetuosa? pues bien, el encierro, desde los años 80 se ha convertido en un rito que ha traspasado todas las fronteras gracias a las retransmisiones televisivas, siendo el encierro el programa más visto de la televisión durante los días de San Fermín, de modo que en una sociedad egoísta, ambiciosa de poder ve en el encierro una manera de elevar su ego hasta lugares donde de otra manera no podría, así que su acto valiente de correr el encierro de Pamplona debe ser notorio, de lo contrario el ego irrespetuoso de esta gente se verá empequeñecido al quedar oculto bajo el blanco y rojo tradicional, por ello resulta más efectivo ataviarse con ofensivas camisetas de estridentes colorines, cuadrados, rayas y equipaciones de fútbol que, en ningún caso vienen a cuento. Detrás de este comportamiento irrespetuoso se encuentra también un acto de enorme irresponsabilidad, ya que esta gente de camisetas multicolor están prostituyendo aquello que en realidad aman y que, por su irresponsabilidad, acabarán consiguiendo que se impongan medidas prohibicionistas para terminar con los actos irrespetuosos. En ocasiones me he encontrado a participantes fosforitos que afirman que se ponen sus llamativas camisetas porque les dan suerte (llama la atención que estas camisetas de la suerte siempre sean las más llamativas del mercado pero bueno...) creyendo este argumento de flojedad notoria, la reflexión que me hago ahora es la siguiente: si el participante irrespetuoso del encierro quiere llevar una camiseta que se ve desde cualquier punto de la ciudad porque le da la fuerza y valentía que a Sansón le daba su melena, no entiendo qué problema habría en que la llevase debajo de la indumentaria tradicional, ¿o es que su suerte depende de que los demás vean la camiseta estroboscópica? y poniéndonos en el peor de los casos, si el irrespetuoso participante no puede por más que lo intente separarse de su ofensiva camiseta, tal vez deba replantarse si debe participar en un encierro tan tradicional y ritual como el de Pamplona, es más, si el poder que ejerce la camiseta de la suerte sobre el propietario es de grandes dimensiones, su acto humanamente respetuoso sería pensar lo siguiente: "como mi camiseta no me deja actuar con libertad y en este encierro se debe seguir la tradición por el bien del futuro del rito, lo mejor será que no participe y lo vea desde la televisión y así permitir que, aquellos que sí que puedan sobrevivir al poder de la camiseta, continúen disfrutando de la tradición incorrupta".
Así pues, este artículo no deja de ser un canto a la esperanza para quienes amamos a San Fermín en su totalidad buscando así que los visitantes y algunos navarros egoístas e irrespetuosos dejen de lado sus egocentrismos, como yo lo hice hace ya muchos años, y velen por la tradición, de lo contrario las prohibiciones llegarán y quitarán la pureza popular de un rito universal.

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